Los Empacadores de Carne Podrán Enfrentarse a Tyson?
En una mirada poco común en una planta de empaque de carne, los trabajadores en la línea deshuesan cadaveres de pavo en 2011 en West Liberty Foods en West Liberty, Iowa, el primer pueblo de mayoría latino en Iowa, en gran parte dado a la mano de obra de inmigrante local. REUTERS/JESSICA RINALDI
Los trabajadores esenciales que lucharon por sus vidas tras la pandemia ahora están luchando por un sindicato.
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Un día, los padres de Gloria Ortiz vieron un letrero sobre los campos de fresas en la costa central de California. Anunciaba sueldos de $11 por hora para empacadores de carne en Iowa. En ese tiempo, cosechaban fresas por $35 al día.
“Asi que vinimos de Santa Maria, California, a esta ciudad, por Tyson,” dice Ortiz.
Sus padres aceptaron trabajos en la planta procesadora de carne de cerdo de Tyson Foods en Columbus Junction, Iowa, en 1994, justo cuando la industria empacadora de carne estaba en una carrera hacia el abismo. En la década de 1980, las empresas empacadoras de carne habían comenzado a integrar verticalmente sus operaciones para controlar toda la cadena logística, desde los granjeros que crían a los animales hasta los trabajadores que los matan y empaquetan la carne. Las empresas cerraron plantas en las áreas sindicalizadas como Chicago (famosamente apodado el “Carnicero de Cerdos para el Mundo” por Carl Sandburg), Omaha, Nebraska y Kansas City, Missouri, hacia áreas de bajos salarios como Columbus Junction en estados hostiles a los sindicatos. Ahí, la industria podía detener las campañas sindicales y hacerse cargo de las granjas en bancarrota.
Las empresas contrataron inmigrantes, en su mayoría indocumentados, para trabajar en las plantas no sindicalizadas. Los salarios y los beneficios laborales se desplomaron, y las lesiones laborales aumentaron drásticamente. Human Rights Watch, en su informe de 2004 sobre los abusos de la industria del empacado de carne titulado “Sangre, Sudor y Miedo”, detalla cómo el empaque de carne se transformó de una industria en que “los trabajadores tenían organizaciones que negociaban en su nombre a una en que la autoorganización es una cuestión de alto riesgo.” Mientras tanto, la densidad sindical en la industria cayó del 90 por ciento en 1952 a 33 por ciento en 1983, a solo el 18 por ciento en 2020.
Ortiz luchó por aclimatarse a su nuevo hogar, y sus padres trabajaron “sin parar,” recuerda. Fue acosada en la escuela, señalada como una de las pocas Latinas en un pueblo predominantemente blanco. A los trece años, abandonó sus estudios.
La madre de Ortiz, de 62 años, aún trabaja en Tyson, en la línea de producción, y el trabajo la ha impactado severamente: sufre de síndrome de túnel carpiano y dolor crónico en el hombro. Ella llega a casa totalmente rendida, dice Ortiz.
Ortiz también trabaja en la industria, en una planta procesadora de carne a 22 millas de distancia, en West Liberty, Iowa. La planta de West Liberty Foods es propiedad de la Cooperativa de Productores de Pavo de Iowa, y Ortiz gana $18.90 por hora trabajando en la línea.
Ortiz (quien solicitó un seudónimo por temor a represalias) describe un sistema dracónico de “puntos”, bajo el cual seis puntos de penalización por tardanza o ausencia resulta en el despido del trabajo. “No piensan en la gente,” dice Ortiz. “Si estás enferma y no puedes ir a trabajar, estas fuera.”
De voz suave y reservada, Ortiz, de 36 años, tiene una determinación fuerte imbuida de su fe cristiana y una justa indignación tras años de abogar por sus padres inmigrantes.
Cuando a las comunidades de inmigrantes se les negó la asistencia económica de la pandemia, se unió al grupo comunitario Escucha Mi Voz para intervenir en 2021.
Ahora, Ortiz se encuentra entre varios trabajadores con Escucha Mi Voz que están sentando las bases para una campaña de sindicalización en Tyson y West Liberty. Ella cree que un sindicato aumentaría los salarios, la licencia de enfermedad, las bonificaciones, el tiempo vacacional, y, lo más importante, el respeto.
En más de 20 entrevistas con trabajadores actuales y anteriores en ambas plantas, In These Times escuchó quejas desde falta de personal a supervisores abusivos y políticas de asistencia punitivas. Los trabajadores dicen que un sindicato también abordaría el ritmo insostenible de la línea, y las incesantes presiones de producción, que dicen que casi garantizan las lesiones laborales. Levantan cadáveres pesados de pavo en ganchos en West Liberty, y cortan las extremidades de cerdo con cuchillos desafilados en Tyson. Los trabajadores dicen que se han orinado intentando de mantener la línea, y sufrido cortes y heridas por empuñar cuchillos codo a codo.
La campaña sindical lleva solo unos meses, y es riesgosa. Con 1400 trabajadores en Tyson y unos 600 en West Liberty (la compañía se rehusó a confirmar), sería la campaña de empaque de carne más grande de E.E.U.U. desde 2012, cuando 1,200 trabajadores de la pollería Pilgrim’s Pride se unieron al sindicato Retail, Wholesale and Department Store Union Mid-South Council. La más grande en la historia reciente fue la sindicalización en 2008 del matadero de cerdos más grande del mundo, en Tar Heel, North Carolina, donde 5000 trabajadores procesaban 32,000 cerdos al día. Esa campaña tomó 15 años.
Pero los trabajadores de Iowa tienen mucho en su favor. La pandemia despertó al empoderamiento en cuanto a la acción colectiva y la indignación sobre el desprecio de los jefes por el bienestar de los trabajadores. El liderazgo reformista del Local 431 de la Unión Internacional de Trabajadores de la Industria de Alimentos y del Comercio (UFCW por sus cifras en Inglés) está listo para organizar. Y con raices — a través de Escucha Mi Voz — en la enseñanza social Católica, y un récord de éxitos en la obtención de asistencia pandémica para sus comunidades, la campaña comienza en una posición de fuerza.
David Goodner, co-director de la organización católica Escucha Mi Voz, usa gafas con montura de carey y tiene cabello güero y encanado. Es un organizador comunitario experimentado, con carácter excitable y conspirador; un petardo en cuerpo humano.
“Después de años de sobrevivir a los peores abusos de la avaricia corporativa y el covid-19, la resistencia de los trabajadores a la explotación ha crecido orgánicamente,” explica Goodner, “de folletos y piquetes para asistencia pandemica a huelgas espontáneas, hasta llegar a las campañas actuales para sindicar las plantas.”
Escucha se fundó en abril de 2021 para luchar por la asistencia pandémica para los trabajadores indocumentados y sus familias, quienes fueron excluidos a menudo a pesar de que, en muchos lugares, representan hasta el 10 por ciento de la fuerza laboral esencial. Los trabajadores-organizadores de empacadoras de carne con Escucha ganaron asistencia económica en Iowa City y asistencia para utilidades en West Liberty.
A fines de 2022, la organización se encomendó a distribuir cheques de $600 de un programa nuevo del Departamento de Agricultura para cubrir los gastos relacionados con la pandemia de los trabajadores agrícolas y empacadores de carne. Escucha también encuestó a los trabajadores sobre sus condiciones de trabajo. Según Escucha, una encuesta de 927 trabajadores en Tyson y 426 trabajadores en West Liberty Foods reveló que más de 85 por ciento querían un sindicato.
En una campaña sindical típica, esa información puede tardar años en recopilar, pero Escucha le ofreció a UFCW Local 431 acceso a los resultados de la encuesta e invitó al personal sindical a presentarse en las clínicas de asistencia donde Escucha estaba distribuyendo recursos a fines de diciembre 2022 y a principios de enero 2023. Desde entonces, los trabajadores-organizadores con Escucha se han estado reuniendo en iglesias y yendo puerta a puerta hablando con empacadores de carne sobre la asistencia pandémica y los derechos de los trabajadores.
Goodner me dejó acompañarlo, y comenzamos con Ortiz, en Columbus Junction. En el camino, la planta Tyson — donde 10,000 cerdos de 200 libras se matan cada dia — aparece a la vista. Un letrero en una tela metálica dice: “Nuestro trabajo alimenta a la nación.”
Tyson negó mi petición por un recorrido por la planta, pero se le dio acceso a la etnografía Kristy Nabhan-Warren para su libro de 2021, Meatpacking America: How Migration, Work and Faith Unite and Divide the Heartland (Empaque de Carne en América: Como la Migración, el Trabajo y la Fe Unen y Dividen al País). Ella vio de primera mano “el cerrado, el corte, la peladura, él desentraño, la cinética de la luz y el sonido.” Cada trabajador, escribe, realiza un trabajo distinto — aserrar los torsos de los cerdos, arrancar las orejas y las uñas de los pies, cortar las pezuñas, quemar el resto del cabello — una sinfonía sangrienta que le gano a tyson $3 mil millones en 2022, otro en una serie de años de beneficios récord desde que comenzó la pandemia.
Goodner me lleva a conocer a una líder trabajadora que, aunque no ha hecho público su apoyo sindical, ha apoyado clandestinamente la campana sindical en Tyson, educando a otros sobre la asistencia pandémica y las represalias de la gerencia. Sofia Mercado entra a grandes zancadas en un espacio de alquiler para fiestas vacío después de negarse a invitarme a mí, un extraño, a su hogar. Me interroga sobre los sindicatos y evalúa las respuestas. Usa una máscara más para ocultar su identidad que como precaución de Covid, e insiste en mantener las luces apagadas.
Mercado (un seudónimo) ha trabajado en el piso de matanza de Tyson durante décadas. Ella culpa a la escasez de personal durante la pandemia por haberle causado una lesión por movimientos repetitivos en 2021, explicando que antes de la pandemia, había unos 18 trabajadores en su sección del piso de matanza. A medida que el virus se propagó por la planta, Tyson no ajustó los objetivos de producción; en cambio, impuso la pesada carga de mutilar a miles de cerdos sobre solo cinco trabajadores.
Cuando In These Times le preguntó a Tyson sobre las quejas de falta de personal y la probabilidad de lesiones, la portavoz Liz Croston respondió en un comunicado: “El bienestar de nuestros trabajadores es nuestra máxima prioridad. Nuestras operaciones se ejecutan a un nivel para asegurar el bienestar de nuestros trabajadores, el bienestar animal, y la seguridad alimentaria, incluso en nuestra planta de carne de cerdo de Columbus Junction, Iowa.”
Los trabajadores están de acuerdo que se valora, por lo menos, el “bienestar animal”. “Si cierra la planta, es porque algo le pasó a los cerdos,” dice Mercado — por ejemplo, si los cerdos se mueren de frío camino al matadero. “Pero si es algo que afecta a los trabajadores, la planta no para.”
Cuando Mercado se enfermó de covid-19 en abril de 2020, dice que los gerentes la llamaban sin cesar y le suplicaban que regresara. “Nunca hicieron nada para proteger nuestras vidas a pesar de tener los medios económicos para hacerlo,” dice Mercado.
Ya que la pandemia pasó a un segundo plano, Tyson estampó camisetas que reclamaban el manto del trabajador esencial heroico. “Me dieron una camiseta que decía, ‘Mi trabajo alimenta a la nación’ con la imagen de un tenedor y una bandera estadounidense,” recuerda Mercado.
Los trabajadores de las empacadoras de carne son una fuerza laboral en gran parte invisible, en ocasiones acaparando titulares en ciclos fugaces de indignación pública. A principios de este año, una investigaciónn del New York Times expuso una fuerza laboral de niños de hasta 12 años en marcas nacionales, incluyendo los mataderos, incluso cuando los legisladores republicanos en Iowa y media docena de otros estados propusieron relajar las leyes de trabajo infantil.
En los primeros días de la pandemia, también, la atención se centró directamente en los trabajadores de las empacadoras de carne, ya que fueron obligados a regresar al trabajo bajo orden ejecutiva del expresidente Donald Trump en abril de 2020. La atención de la nación se centró rápidamente en las historias de sus muertes. Menos atención se le puso a su acción colectiva, incluyendo a las huelgas, protestas, y peticiones para exigir transparencia sobre las infecciones de covid, las políticas de distanciamiento social, licencias por enfermedad pagadas y aumentos salariales.
Con frecuencia, esas acciones dieron resultados.
En el verano de 2021, cientos de trabajadores en West Liberty dejaron sus cuchillos y entraron a la cafetería de la empresa, negándose a trabajar. Debido a la escasez de trabajadores en la pandemia, sus turnos se extendieron a 11 horas — de las 5 de la mañana a las 4 de la tarde — dice el ex empacador de carne Rodrigo Hernandez Quiroz. (El fue expedido después de 10 años por acumular seis puntos.)
Los trabajadores presentaron a los gerentes y a un intérprete de español de la empresa sus demandas: un aumento salarial de $16 a $18 por hora, y un regreso al primer turno que termina a las 2 de la tarde para poder ver a sus hijos después de la escuela, según Pedro Sánchez, un trabajador pro-sindicato. (El nombre es seudónimo).
La empresa cedió. El pago subió a $18, y se acortó la jornada laboral.
Pero mientras avanzaba la pandemia, dice Sánchez, la compañía retrocede a abusos de la industria antecedentes, como políticas de asistencia punitivas y la aceleración de la línea. Sánchez suele trabajar con otros cinco trabajadores; ahorita les falta uno, dice, y aun así tienen cuotas aún más estrictas.
Sánchez y sus compañeros de trabajo vieron que la acción colectiva les brindó beneficios durante la pandemia, y ven a los sindicatos como instituciones duraderas para realizar los avances en salarios, beneficios laborales, la dignidad, y el respeto a largo plazo.
“Necesitamos tener derechos,” dice Sánchez. Otra trabajadora de West Liberty Foods, Fernanda Salazar (un seudónimo), que muele salchichas y cocina jamón, sigue enojada que la planta solo cerró durante tres días durante la pandemia. Salazar, que está a favor de los sindicatos, recuerda que la gerencia simplemente dijo: “El pueblo estadounidense necesita comer.” West Liberty Foods no respondió a múltiples solicitudes de comentarios.
Para que una campaña sindical tenga éxito en Tyson o West Liberty, los trabajadores tendrán que unir coaliciones transnacionales y multiétnicas. Después de redadas de inmigración de alto perfil en plantas empacadores de carne a mediados de la década de 2000, incluida una redada en 2008 en Postville, Iowa, las compañías reclutaron refugiados, solicitantes de asilo y otros inmigrantes documentados. Hoy, la variedad de país de origen e idiomas que se hablan en las plantas podría llenar una cumbre de la ONU.
La encuesta de Escucha sugiere que los trabajadores provienen de 23 países en Tyson, con la mayoría de la República Democrática del Congo, México, Myanmar, Liberia, El Salvador y Angola. Los idiomas más hablados son el francés, el lingala (un criollo centroafricano), el español, el swahili y el portuges. En West Liberty, los trabajadores de la República Democrática del Congo son el grupo más grande, con la mayoría en general de méxico, el territorio estadounidense de Puerto Rico y los países centroamericanos.
Muchos de los trabajadores congoleños vienen a los Estados Unidos con títulos avanzados de sus países de origen. Algunos traen tradiciones sindicales de sus países. Allain Elenga trabaja en Tyson cortando los estómagos de los cerdos. En su país de origen, era miembro del sindicato en el departamento de aduanas de su país. El apoya al sindicato porque quiere acabar con los despidos arbitrarios, el sistema de puntos y las horas extras obligatorias.
Pero superar las divisiones raciales será un desafío para el impulso sindical naciente. Muchos trabajadores congoleños ven a los latinos como parte de la estructura de poder en las plantas, ya que los puestos de supervisión suelen ser ocupados por trabajadores latinos. “Los blancos son todopoderosos; luego son los mexicanos, y nosotros, los africanos, somos como una mierda para ellos”, explica Jonathan Mamokbo, quien trabajó en Tyson hasta 2018. (En diciembre de 2018, decenas de trabajadores africanos en Tyson protestaron en masa contra un supervisor latino que monitoreaba descansos para ir al baño parado afuera de los baños de la compañía. El piso de matar paró rápidamente, y el supervisor eventualmente fue despedido.)
Por su parte, muchos trabajadores latinos resienten a los recién llegados a EE.UU que llegan con mayores beneficios que ellos pudieron recibir como trabajadores indocumentados (antes de que se regularizara su estatus), y muchos sienten que son tratado más estrictamente por supervisores latinos que no quieren ser acusados de favoritismo racial o que utilizan la familiaridad cultural como tapadera para las burlas.
Inflamar a las divisiones étnicas y raciales es gran parte de la historia de cómo han operado las plantas empacadoras de carne desde el siglo 20. En Down on the Killing Floor: Black and White Workers in Chicago’s Packinghouses 1904-54 (En el Piso de la Matanza: Trabajadores BLancos y Negros en las Empacadoras de Chicago 1904-54), Rick Halpern describe como las empacadoras de carne de Chicago implementaron esta “segmentacion laboral” para sofocar la solidaridad. “Aprovecharon un sector [de inmigrantes Europeos] para mano de obra calificada y otro, más grande, para el resto de sus necesidades,” escribe Halpern. “Un tercer grupo de trabajadores, formado por afroamericanos, se mantuvo en reserva para su uso durante periodos de protestas o escasez de mano de obra.”
El presidente de UFCW Local 431, Simplice Mabiala Kuelo, ha visto personalmente como la gerencia divide a los trabajadores a través de las divisiones étnicas. Kuelo, el primer inmigrante africano en liderar uno de los sindicatos laborales más grandes de Iowa, llegó primero al Bronx en 2011 de la República Democrática del Congo después de ser seleccionado a través de una lotería de visas. A pesar de su título de abogado, luchó por encontrar trabajo en Nueva York. Un amigo le sugirió mudarse a Illinois para procesar carne de cerdo.
“Habían lineas donde solo veias frances o africano,” explica Kuelo. “Habían lineas donde ves español. Habían departamentos donde solo eran blancos.”
En un entrenamiento sobre los derechos laborales en marzo, Kuelo habló frente a un grupo de trabajadores agrícolas y empacadores de carne latinos a través de un intérprete de español. “La diversidad significa que todos están en la mesa,” dijo Kuelo. “La inclusión significa que todos pueden hablar. Pertenecer significa que cuando hablas, ellos escuchan. Nuestros lugares de trabajo son diversos porque necesitan trabajadores, pero lo que falta es la inclusión y la pertenencia; eso es lo que aporta el sindicato.”
Cuando me reuno con Kuelo en febrero en la oficina de su sindicato en Davenport, Iowa, me acribilla con preguntas con una carisma cautivador, combinando su experiencia como organizador laboral, predicador de jóvenes católicos, asesor de campañas y vendedor de seguro de vida.
“¿Cómo te fue en el viaje? ¿Te apresuraste, o que?” me dice, bromeando. Mientras hablamos, pausa para responder a preguntas en el teléfono de la oficina que suena con frecuencia. Una de sus promesas de campaña por su presidencia de 2021 fue la capacidad de respuesta a los miembros.
La elección de Kuelo fue vista como un referendo sobre la respuesta pandémica fallida del expresidente del Local 431, Bob Waters, según the Des Moines Register, un periodico local. Mientras que covid-19 arrasaba una planta empacadora de carne Tyson sindicalizada en Waterloo, Iowa, en abril de 2020, Waters estaba fuera del trabajo, cazando. Casi 600 trabajadores asustados y enojados — de una fuerza laboral de 2800 — espontáneamente se ausentaron por enfermedad el 13 de abril. En mayo de 2020, más de 1,000 trabajadores habían contratado el covid-19, y siete habían muerto.
Mientras tanto, los gerentes de Waterloo cruelmente hicieron un grupo de apuestas sobre la cantidad de trabajadores que se enfermarían, según una demanda fallida de muerte por negligencia presentada por cinco de las familias de los trabajadores fallecidos.
Entre ellos estaba Axel Kabeya, un delegado sindical de la planta y amigo de Kuelo de la República Democrática del Congo.
“Fue una llamada de atención,” dice Kuelo. Lanzó un canal de YouTube, SimpliceBestTV, con noticias de covid en francés y lingala en el verano de 2020. Acumuló más de 15.000 suscriptores.
En 2021, Kuelo lanzó campaña para la presidencia del Local 431, con un compromiso hacia una nueva forma de organizar y el rechazo a una relación acogedora con los empleadores. Hacia esos objetivos, Kuelo hace eco de los reformadores que recientemente han tomado poder del sindicato Teamsters de 1,4 millones de miembros, y el sindicato United Automotive Workers de 400.000 miembros — así como un esfuerzo de Reforma inspirado por la pandemia en su propio sindicato.
Podría decirse que las campañas del empaque de carne en Iowa son algunas de las más importantes de UFCW en décadas, y los candidatos reformadores están compitiendo por puestos claves de liderazgo en la convención de abril. En 1979, fue el afiliado más grande de la AFL-CIO, pero la membresía de 1,2 millones es la más baja que ha sido en 20 años. En ese tiempo, perdió casi un cuarto de millón de miembros.
Kuelo posee los instintos y las habilidades de un organizador, pero el papel de presidente del sindicato viene con sus propios compromisos y limitaciones. Si entra en batalla contra un empacador de carne como Tyson o el formidable West Liberty, querrá el apoyo interno del movimiento laboral y de UFCW Internacional. Al momento de llevar esta historia a la imprenta, Kuelo es discreto sobre los próximos pasos, convencido sobre la importancia de organizar pacientemente, y con evaluaciones correctas.
Mientras tanto, queda claro que los trabajadores se están auto-organizando, hablando entre ellos mismos sobre qué podría hacer un sindicato para rebalancear el poder entre los gerentes y los trabajadores. Los trabajadores con los que hable si tenían algunas dudas, desde las cuotas sindicales a temor de que se la planta cerrara si la campaña sindical tuviera éxito, pero aun así estaban firmando tarjetas sindicales y manifestándose contra sus condiciones de trabajo.
Lo que no queda claro es si UFCW Local 431 aprovechara esta dinámica. Si el sindicato vacila, no solo corre el riesgo de tener que empezar de nuevo, sino que pierde credibilidad. Y esas tarjetas sindicales no duran para siempre — típicamente caducan después de un año.
Goodner y yo conducimos hacia el norte por la autopista 70 a través del este de Iowa, observando los montones de nieve que se empiezan a derretir y los campos de maíz con arbustos que sobresalen. En ese momento, nos llega el olor a mierda de cerdo, justo en las afueras de Conesville. Ahí, las granjas industriales que crían las cerdas para sacrificar rocían fertilizante en forma líquida. La población de Iowa es de 3,2 millones de personas, pero los desechos fecales del estado de cerdos, pollos, pavos y ganado equivale a 168 millones de personas, según Christopher Jones, un ingeniero de investigación de la Universidad de Iowa.
Ya de regreso en Iowa City, Goodner y yo nos encontramos con un trabajador congoleño en una lavandería y hablamos en voz baja sobre el zumbido de los bultos de ropa enjabonados. Está visiblemente asustado. Un mecánico en Tyson, participó en la clínica de asistencia pandémica y habló con organizadores sindicales. Considero que su apoyo por el sindicato podría poner en peligro su trabajo. Después de todo, dijo, era un inmigrante. Tenía que apoyar a sus seres queridos en su país de origen.
Tyson aún no ha lanzado un ataque sindical a todo poder, pero ha señalado que está observando la campaña. Según Escucha Mi Voz, los gerentes de Tyson empezaron a presentarse en las clínicas de asistencia pandémicas en 2022, supuestamente robandose una tarjeta sindical para publicar en las redes sociales, lo que Goodner ve como una táctica de intimidación.
En un memorando del 6 de enero a los trabajadores, el gerente de la planta de Tyson Foods Brent McElroy acusó a Escucha de coordinarse con UFCW Local 431 para “presionar” a los trabajadores a firmar tarjetas sindicales para solicitar una elección oficial ante la Junta Nacional de Relaciones Laborales. La traducción en español del memorando aparentemente insinuó que los trabajadores tendrían que renunciar si firmaban.
Según Kuelo, los memorandos equivalen a Tyson “haciendo un comercial para el sindicato — no buscamos a quien organizar. Ellos vienen a nosotros para organizarse.”
En un buzón de sugerencias de la planta el 17 de enero, alguien preguntó anónimamente: “¿Por qué Tyson le teme tanto al sindicato?” Otro: “ por qué nos dijeron la semana pasada que si firmamos una tarjeta sindical, tendríamos que renunciar?”
Tyson respondió: “ lo sentimos, hubo una falta de comunicación en nuestra traducción. Independientemente de si firmó una tarjeta sindical o no, no habrá represalias, y nadie tendrá que renunciar o perder su trabajo por haberlo hecho.” en una declaración enviada por correo electrónico a In These Times, la portavoz de Tyson Liz Croston dijo que la compañia ha “alentado a los trabajadores a aplicar” al programa de asistencia pandémica y que había “abordado la confusión y las preguntas que hicieron los miembros del equipo sobre los requisitos para obtener estos fondos.”
En cuánto al sindicato, Croston agregó: “Respetamos el derecho de los miembros de nuestro equipo a decidir si quieren sindicalizarse, de hecho está incluido en nuestra declaración de derechos de los trabajadores publicada en las instalaciones de nuestra planta. Nuestra planta de Columbus Junction ha estado libre de sindicados desde su apertura en 1986 porque tenemos buena relación con los miembros de nuestro equipo, y brindamos respuestas a sus preguntas para que puedan tomar decisiones informadas.”
El reporte “Sangre, Sudor y Miedo”, de Human Rights Watch nombra a Tyson como un ejemplo excelente de cómo “los empleadores en los Estados Unidos en la industria cárnica y avícola sistemáticamente interfieren con el derecho de asociación y el derecho de organizar sindicatos de los trabajadores.” Describe los intentos anteriores de la empresa para decertificar a los sindicatos, interferir con las huelgas, y mantener alejados a los simpatizantes sindicales. Los trabajadores en la planta de Columbus Junction dicen que Tyson desalienta al movimiento sindical durante la orientación para nuevos empleados.
West Liberty tal vez representa un objetivo algo menos desalentador: la Cooperativa de Productores de pavo de Iowa (una cooperativa de agricultores cuyas ganancias no son públicas) emplea a solo 2700 trabajadores en tres estados, pero aún así tiene un historial de represión sindical.
Los trabajadores han intentado previamente sindicalizarse dos veces con UFCW Local 431. La primera campaña, en 2004, perdió por cinco votos, 303 a 308. En 2005, el sindicato perdió 231 a 322. En un acuerdo, West Liberty admitió que violó la ley laboral, incluyendo la distribución de material antisindical durante el voto, y amenazando con cerrar la planta. La compañía fue obligada a publicar un aviso de qué no haría tales amenazas en el futuro, pero el daño ya estaba hecho.
La planta de Tyson, también ha visto una pérdida sindical: una campaña fallida de Teamsters Local 238 en diciembre de 1989, cuando era propiedad de Iowa Beef Processors.
Goodner me dice que ahora es el momento, citando “ a la pandemia y el impacto que ha tenido sobre los trabajadores, el cambio reciente en liderazgo sindical para reflejar la creciente diversidad y la mentalidad de lucha de los trabajadores de la planta, y los dos años en que Escucha Mi Voz ha organizado, luchado, y ganado por las comunidades de migrantes y refugiados.”
El agrega: “Es ahora o nunca. Este es el momento.”
Gloria Ortiz está convencida de qué un sindicato es esencial. “Como trabajadores, como seres humanos, tenemos que unirnos,” dice. “Si no nos unimos, el cambio no va a suceder.”
Esta es la primera parte de una serie de dos partes. Lea la segunda parte aquí.
Este reportaje fue apoyado por Economic Hardship Reporting Project.
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Luis Feliz Leon is an associate editor and organizer at Labor Notes.