Una Semana Laboral De 32 Horas Es Nuestra Para Tomarla
La lucha por jornadas laborales más cortas puede unir a los trabajadores.
Sarah Jaffe
El sindicato United Auto Workers gano muchas de sus demandas en su innovadora huelga de seis semanas de 2023, pero una de ellas — a pesar de no incluirse en sus nuevos contratos con los “Tres Grandes” fabricantes de automóviles — tiene el potencial de cambiar radicalmente las prioridades de los trabajadores organizados, y unir un movimiento disperso en formas que no se han visto en décadas.
La demanda es por una semana laboral de 32 horas sin pérdida de salario. Desde el comienzo de la huelga, la propuesta audaz captó la atención del público más allá de los habituales observadores laborales porque pone en cuestión décadas de expectativas sobre lo que deberían de querer los sindicatos, señalando que la clase obrera tiene prioridades más allá de simplemente conservar sus empleos.
Los trabajadores automotrices habían hecho huelga en General Motors en 2019, pero a pesar del gran entusiasmo de los trabajadores de base, un liderazgo condenado al fracaso lideró una acción mediocre hacia un contrato que fue aceptado a medidas. Antes de eso, habían sido décadas de concesiones. Pero a principios de 2023, reformas democráticas en el sindicato llevaron a poder un nuevo equipo de liderazgo, bajo el presidente Shawn Fain, bajo el lema: “Corrupción no. Concesiones no. Niveles no.” El estatus de dos niveles salariales había sido una queja central desde que la UAW aceptó un nivel más bajo para empleados nuevos durante la desindustrialización desenfrenada. En ese momento, les dijeron que el nivel inferior era necesario para mantener empleos en General Motors, Ford y Chrysler (ahora propiedad de Stellantis). Pero con el tiempo, las compañías volvieron a la rentabilidad, y los trabajadores del nivel inferior siguieron ganando menos por el mismo trabajo que sus colegas del mayor rango.
En aquel momento, los despidos masivos o las concesiones no eran las únicas ideas que circulaban — solo las que triunfaron políticamente. El economista Dean Baker sugirió en artículos durante la Gran Recesión que el gobierno subsidiaria a las compañías para acortar la semana laboral, repartiendo el trabajo entre más trabajadores, y empleando, en lugar de despedir, durante la recesión. La administración Obama no cedió, los sindicatos en gran medida no se sumaron a la lucha, y en su lugar tuvimos una recuperación larga y lenta.
La crisis de Covid volvió a poner sobre la mesa la cuestión del tiempo de trabajo. Muchos trabajadores ‘esenciales’ — entre ellos, una amplia franja de empleados manufactureros — trabajaron horas extras forzadas, y arriesgaron sus vidas y su salud. Tras el país y el mundo, decidieron que ya era el colmo.
“Realmente hizo que la gente reflexionara sobre lo que es importante en la vida,” me dijo Fain en enero. Los trabajadores habían decidido, dijo, que trabajar jornadas de 12 horas, siete días a la semana, “no es una vida.” Y así, la demanda de jornadas más cortas pasó de las quejas de los trabajadores a las demandas de huelga de la UAW y a los titulares de prensa: (“Por qué una semana laboral de cuatro días está sobre la mesa para los fabricantes de automóviles”, entre tantos otros.)
Fue “como un rayo que salió de la nada”, dijo Juliet Schor, economista y socióloga de trabajo en Boston College, quien ha analizado y abogado por la reducción de horas de trabajo durante décadas. “Legítimo [la demanda] enormemente.” De repente, Binyamin Appelbaum, miembro de la junta editorial del New York Times, respaldó la demanda y aconsejó al presidente Joe Biden a actuar en consecuencia para los trabajadores de todas las industrias. “Los estadounidenses pasan demasiado tiempo en el trabajo,” escribió Appelbaum. “Una semana laboral más corta sería mejor para nuestra salud, mejor para nuestras familias, y mejor para nuestros empleadores.”
Fain me dijo que, inicialmente, “básicamente se rieron de la UAW cuando lo anunciamos.” El director ejecutivo de Ford, Jim Farley, se quejó a CNN de que si “hubiéramos hecho eso [la semana laboral de cuatro días] … habríamos quebrado hace muchos años … tendríamos que cerrar plantas, y la mayoría de la gente perdería sus empleos.”
En otras palabras, no es una sorpresa total que la demanda de la semana laboral de 32 horas no estuviera en los contratos que ganó el sindicato. Pero Fain no lo ve solamente como una pieza de negociación. Más bien, es el comienzo de una estrategia a largo plazo para el sindicato, uno que espera que el resto del movimiento laboral retome: “Realmente sentí que era imperativo reanudar el diálogo, tratar de luchar por una semana laboral más corta, y que el público pensara en ese sentido.”
El equilibrio entre la vida personal y laboral estaba en la mente de los trabajadores automotrices mientras el sindicato se preparaba para la negociación: largas jornadas, horas extras (ya sean voluntarias o forzadas), y la crisis de salud mental.
“La capacidad de un trabajador automotriz para mantener a una familia o incluso a sí mismo se ha vuelto cada vez más difícil,” dijo a The Guardian Charles Mitchell, un trabajador veterano de Stellantis en Detroit. “Mientras tanto, las empresas se vuelven más rentables, y enriquecen a los accionistas, al tiempo que imponen semanas laborales obligatorias de 60 a 70 horas en las plantas de ensamblaje.”
“Nuestra vida profesional y las condiciones en esta nación, en este mundo, son lo que causan muchos de estos problemas de salud mental,” dijo Fain. “Los empleos deben brindar dignidad a las personas.” Demasiadas personas, dijo, trabajan sin parar, sin tiempo para estar con sus familias o amigos o simplemente “haciendo cosas que disfrutan.” La gente pierde la esperanza, dijo, cuando lo único que hacen es trabajar.
Cuando esta hablando con estudiantes de preparatoria en el centro de enseñanza del sindicato, habla sobre el hecho de que el trabajo es un proceso de venta de tiempo: “El mayor recurso que tenemos en este planeta es el tiempo de un ser humano.” La derecha, noto, habla sobre un “derecho a la vida” cuando hablan sobre aborto, pero ese no es el tipo de derecho a la vida de que el habla. “Eso es un derecho al nacimiento. No les importa un comino la vida,” continuó. Lo que él quiere es un “verdadero derecho a la vida, valorando el tiempo de un ser humano, valorando su salud, y no solo cuando nacen, pero ya que han nacido, y cuando envejecen, y cuando estén muy grandes para trabajar, pero demasiado jóvenes para morir.”
EL IMPACTO DE COVID
La AFL-CIO adoptó una resolución hace dos años afirmando que la reducción de horas laborales debería ser una prioridad para la federación que representa 12.5 millones de trabajadores, y que “emprenderemos agresivamente para una semana laboral más corta y una jubilación más temprana.”
Mark Diamondstein, presidente del Sindicato Estadounidense de Trabajadores Postales (APWU por sus siglas en inglés,) introdujo tal resolución en nombre de su sindicato de 200,000 miembros. Cuando hablamos a principios de este año, me dijo, “El proceso de negociación colectivo brinda a los sindicatos la oportunidad de plantear esta cuestión. Hay otras maneras también, como la legislación, trabajando con aliados, protestar en las calles, etc.”
Asi como Fain encontró lecciones en Covid, Diamonstein notó que la pandemia global nos trajo un nuevo lenguaje sobre los trabajadores postales y tantos otros trabajadores, un lenguaje que tal vez sin querer inspiró una nueva militancia en el taller: “Somos esenciales, somos clave, y merecemos más.”
Schor, también, observó ese nuevo sentido común en todas partes. Cuando su libro, The Overworked American [El Trabajador Sobrecargado] salió en 1991, la conversación era muy diferente, pero ahora, dice, parece que la gente piensa, “Es demasiado. ¿Qué nos ha pasado en este país? Nos han pedido hacer algo que no es justo. La gente está rendida.”
Durante la pandemia, como he escrito muchas veces, los trabajadores se dieron cuenta de que a sus jefes no les importaba si morían. “Perdimos a muchos miembros que se fueron a trabajar, contrajeron Covid, y murieron — y un trabajador muerto, eso es demasiado,” me dijo Fain. “Pero mientras tanto, el liderazgo de los Tres Grandes, están trabajando desde casa durante dos o tres años.”
Obligados no solo a seguir trabajando, sino hacerlo durante más horas y en condiciones más peligrosas, muchos trabajadores empezaron a resistir. Hasta antes de la pandemia, Donna Jo Marks, trabajadora de la planta de Nabisco en Portland, Ore., explicó, habían trabajado turnos de 12 días, y luego dos días libres. Pero durante Covid, dijo, “A veces trabajaríamos 28 días seguidos, y todos los demás dirán, ‘Ay bueno, pero les están pagando por eso’ — pero ¿a qué costo?” Por un tiempo, recibieron paga extra de $2 por hora por las condiciones peligrosas, pero eso paró después de unas semanas. “Era una época fea, la gente estaba cansada, y era peligroso.”
Marks y sus compañeros de trabajo fueron parte de la ola de huelgas durante la pandemia, en que trabajadores organizados formalmente o informalmente se declararon en huelga contra la aceleración del trabajo inducida por Covid. En Nabisco, hicieron huelga durante más de cinco semanas y ganaron unas concesiones en materia de tiempo de trabajo, y luego, explicó Marks, la legislatura estatal aprobó un proyecto de ley restringiendo aún más el uso de horas extras forzadas para trabajadores de panadería. Enfermeras, maestras, trabajadores de almacenes, trabajadores agrícolas y minoristas tomaron medidas en torno a la seguridad y la intensificación del trabajo. Demandando precauciones de seguridad, el trabajador agrícola de Florida Oscar Otzoy me dijo en 2020, “Nos ven como trabajadores esenciales, pero no nos dan las mismas protecciones que los otros trabajadores reciben. Y creemos que es hora de que eso suceda, de que puedan vernos.”
Los empleadores con frecuencia dicen que sus empleados son parte de la familia, señaló Fain, pero sus propias familias no estaban arriesgando sus vidas en la línea de ensamblaje. Para él, ilustró la diferencia de clases en Estados Unidos: “La clase rica, la clase multimillonaria, tienen reglas diferentes para sí mismos. Luego esperan que los demás sigan otro grupo de reglas que ellos explotan. Y como sociedad, hemos sido condicionados a pensar que eso está bien.”
Los trabajadores automotrices, continuó Fain, habían trabajado en los llamados “horarios de trabajo alternativos” por años, trabajando dos días seguidos, dos días libres, pero esos días eran turnos de 12 horas — y los días libres no se alineaban con los horarios de las familias y amigos. Los trabajadores se sentían como zombis, sin descanso ni recreación. Así que plantearon cuestiones sobre una semana laboral más corta una y otra vez cuando Fain estaba haciendo campaña y preparándose para negociar con los Tres Grandes.
Fain recordó haber visitado el centro educativo del sindicato en Black Lake, Michigan, leyendo revistas viejas de la UAW de las décadas de 1930 y 1940, llamada Solidaridad. “Nuestro liderazgo en ese entonces estaba hablando sobre una semana laboral de 32 horas, de 30 horas, y básicamente se trata de dominar la tecnología, no permitir que la tecnología nos domine a nosotros.”
Cuando Diamondstein se dirigió a la convención AFL-CIO en 2022 e introdujo la resolución de una semana laboral más corta, comenzó la narrativa en 1791, cuando carpinteros de Filadelfia hicieron huelga por un día laboral de 10 horas. Luego habló sobre el comienzo del movimiento por la jornada de ocho horas, y de los líderes de Haymarket “asesinados por el gobierno por su audacidad de demandar ‘ocho horas para trabajar, ocho para descansar, y ocho para lo que nos parezca.’” El Día Internacional de los Trabajadores, señaló, surgió de esa lucha. Pero después de ganar la semana laboral de 40 horas, señaló Diamondstein, “el movimiento sindical abandonó en gran medida la lucha por una semana laboral más corta.”
“No hubiera parado la lucha ahí,” me dijo en enero.
SUPERANDO LA “TRAMPA DE LA AFIRMACIÓN”
La huelga de la UAW este año fue un cambio notable en estrategia para el sindicato, volviendo a una militancia que desafía el control de la dirección sobre el proceso de trabajo, y los productos. En el “Tratado de Detroit”, el contrato histórico que la UAW obtuvo de General Motors en 1950, el sindicato tomó la decisión de no impugnar los dichos derechos de gestión. El sindicato limitó sus luchas al tamaño de su porción de las ganancias del trabajo de los trabajadores, en lugar de luchar para controlar el lugar del trabajo mismo. La lucha por horas más cortas fue una de las muchas cuestiones que fueron abandonadas durante este periodo limitado de acuerdo.
Fain no mencionó directamente al Tratado de Detroit cuando hablamos, pero sí señaló que la filosofía de “trabajar juntos” con la gestión corporativa había sido un fracaso: “Es una manera de que la empresa haga que los trabajadores piensen que se preocupan por ellos. Mientras tanto, siguen eliminando empleos, y haciendo la vida más difícil a los trabajadores.”
Hay muchos menos miembros en la UAW que en la cima de su poder, y más miembros de la UAW que no son trabajadores automotrices en absoluto; el sindicato representa, por ejemplo, 48,000 trabajadores estudiantes de posgrado y otros académicos en el sistema de la Universidad de California. Pero la estrategia del sindicato este año fue diseñada para aprovechar al máximo los números más pequeños, realizando una huelga en los Tres Grandes, sacando a los trabajadores de las instalaciones en un horario diseñado para maximizar el impacto y responder a las ofertas en la mesa de negociaciones.
Fue una apuesta que requiere algo más que militancia para tener éxito. Para que la huelga funcionara, el sindicato tuvo que encontrar una manera de abordar lo que Joshua Clover, en su libro, Riot. Strike. Riot llama la “trampa de afirmación” — cuando el trabajo organizado se ve “atrapado en la posición de afirmar su propia explotación bajo el pretexto de la supervivencia.”
Esta trampa es un efecto secundario de la desindustrialización bajo la filosofía de cooperación con la gestión. Cuando las compañías quieren cerrar las plantas de todos modos, la huelga tiene menos poder: ¿como se hace una huelga para mantener abiertas a las plantas? Sin la influencia que proporciona la huelga, los trabajadores terminan rogando por sus empleos y haciendo concesiones. Pero la idea de una semana laboral más corta cambia la dinámica: en lugar de pedirle al jefe que mantenga todo igual, la semana laboral reabre la cuestión del valor de los trabajadores fuera de la planta, sugiriendo que “menos trabajo” tambien podria ser un objetivo que los trabajadores también podrían adoptar, siempre y cuando tengan voz y voto en el proceso. Y las huelgas concentraron el poder de los trabajadores justo donde y cuando más les dolería. (Como efecto secundario, la UAW logró mantener una planta abierta, la planta Belvidere en Illinois, y ganó el derecho de huelga contra futuros cierres de plantas.)
Fain rechazó la idea del director general de Ford que una semana laboral más corta provocaría más cierres de plantas: “No van a cerrar una planta porque queremos una semana laboral de 32 horas. No la van a cerrar porque negociamos un buen contrato. Van a cerrar la planta porque un hijo de puta codicioso quiere más, y quiere hacérselo a otra persona, y quieren explotarlos por menos.”
También está la cuestión de la tecnología: ¿Las compañías podrán reemplazar a los trabajadores con robots o ChatGPT? Este año pasado fue el año en que el entusiasmo por la inteligencia artificial llegó a la corriente principal, pero la gente trabajadora tras industrias han estado luchando para proteger a sus empleos de avances tecnológicos desde la era de los luditas. Diamondstein recordó sus primeros días en el servicio postal, y la introducción de equipos automatizados como códigos de barras para clasificar el correo: “Estaba en una máquina de 18 a 20 personas, un equipo mecanizado llamado la máquina clasificadora de cartas. Y fuimos reemplazados por una máquina en que dos personas podían clasificar al menos tanto correo, si no más, como nosotros 18 o 20 trabajadores.”
Los trabajadores no quieren volver a los viejos tiempos, continuó Diamondstein, pero la cuestión es, “¿A quien le servirá la automatización? No vamos a parar la marcha de la tecnología, pero solo no queremos que sirva las ganancias de Wall Street, y los directores de estas corporaciones. Queremos que mejore la vida de los trabajadores.” La automatización, dijo, podría usarse para liberar tiempo, y para que los trabajadores trabajen menos, y tengan más tiempo libre. “Existe el viejo dicho, estamos viviendo para trabajar en lugar de trabajar para vivir.”
Hasta ahora, ha sido todo lo contrario. Los trabajadores postales como los trabajadores automotrices trabajan horas más largas, con horas extras forzadas, y sus trabajos se han vuelto más difíciles. Pero el nuevo sentido común sobre el trabajo podría cambiar eso. Otras huelgas en 2023 — del Sindicato de Guionistas y los actores, por ejemplo — también centraron la inteligencia artificial en sus demandas.
En la investigación de Juliet Schor como parte de una coalición incluyendo a investigadores de Boston College, la Universidad de Cambridge y la Universidad de Oxford, y la organización 4 Day Week Global, sigue encontrando que una semana laboral de cuatro días trae resultados a las compañías por todo el mundo que son “increíbles.” Pocas de las compañías se dedican a la fabricación, y ninguna es tan grande como los Tres Grandes, pero los trabajadores afirman que están más felices, más descansados y más sanos. Algunas de las compañías en el programa ahora llevan dos años, y casi todos, dijo, han encontrado éxito.
Los legisladores están empezando a darse cuenta. Rep. Mark Takano, (D-CA) presentó por primera vez un proyecto de ley en el congreso de 2021 para enmendar la la Ley de Normas Laborales Justas, reduciendo la semana laboral estándar de 40 horas a 32 (significando que la mayoría de los trabajadores recibirán paga por tiempo extra después de 32 horas), y lo reintrodujo en 2023; el Senador Bernie Sanders tambien apoyo la idea. Se han presentado proyectos de ley en New Hampshire, Massachusetts, Pennsylvania, Rhode Island, New York y Maryland (donde un proyecto de ley fue retirado para ser modificado.)
Pero la oposición a estos proyectos de ley es un recuerdo de que si los trabajadores quieren una semana laboral más corta, tendrán que luchar por ella. Y es precisamente por eso que la huelga de la UAW fue tan significativa. El sindicato dio prioridad a la reducción de los horarios laborales, y no ha dejado el tema al lado ahora que se dedica a organizar plantas automotrices no sindicalizadas en todo el país, principalmente en el sur.
Las jornadas más cortas pueden ser una demanda unificadora otras plantas, tras los Tres Grandes y los fabricantes de automóviles extranjeros, donde los problemas pueden variar pero el tiempo libre puede ser una demanda constante. Puede unificar a los trabajadores tras industrias y países, como muestra la investigación de Schor: trabajadores automotrices con trabajadores postales, arquitectos con cerveceros, abogados de asistencia jurídica con trabajadores estudiantes de posgrado. Diamondstein noto que la demanda también trasciende los puntos de vista políticos.
Tras el mundo, Fain dijo, los trabajadores se están despertando al hecho de que las prioridades capitalistas no sirven a la gente trabajadora, y que un turno laboral más corto puede servir los intereses de los trabajadores: “No es solo cuestión de la UAW, no es solo cuestión sindical, es cuestión de la clase obrera. Eso es porque creo que nuestra campaña tuvo tanta resonancia. La riqueza se está concentrando en las manos de menos y menos personas, y algo tiene que cambiar.”
Los trabajadores postales aún están finalizando sus demandas mientras se dirigen las negociaciones este año, pero, Diamondstein dijo, “Habrán algunas discusiones [sobre horas más cortas] en el futuro, porque creo que todos tenemos que hacer lo necesario para luchar por esta demanda. No se cambiara de forma inmediata, pero lo más que, como movimiento laboral, estemos unidos en cuanto a las demandas compartidas — desde negociación colectiva a la legislación a las protestas en las calles — la mejor oportunidad tendremos para ganar de manera realmente concreta.”
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Sarah Jaffe is a writer and reporter living in New Orleans and on the road. She is the author of Work Won’t Love You Back: How Devotion To Our Jobs Keeps Us Exploited, Exhausted, and Alone; Necessary Trouble: Americans in Revolt, and her latest book is From the Ashes: Grief and Revolution in a World on Fire, all from Bold Type Books. Her journalism covers the politics of power, from the workplace to the streets, and her writing has been published in The Nation, The Washington Post, The Guardian, The New Republic, the New York Review of Books, and many other outlets. She is a columnist at The Progressive and In These Times. She also co-hosts the Belabored podcast, with Michelle Chen, covering today’s labor movement, and Heart Reacts, with Craig Gent, an advice podcast for the collapse of late capitalism. Sarah has been a waitress, a bicycle mechanic, and a social media consultant, cleaned up trash and scooped ice cream and explained Soviet communism to middle schoolers. Journalism pays better than some of these. You can follow her on Twitter @sarahljaffe.